OBSERVATORIO ON-LINE DE ANÁLISIS CRÍTICO PARA UNA LECTURA HOLÍSTICA DE LA REALIDAD

HILVANANDO ANDARES PARA ABRIR CAMINOS

sábado, 8 de mayo de 2010

La manifestación de los presos políticos

No se percibe un movimiento extraordinario, el calor es el mismo de días anteriores, el tránsito de autos no varia, la pesadumbre de la vida urbana no termina de concretarse sin embargo. De pronto, campesinos montados a caballo rompen la cotidianidad: hoy, 4 de mayo, se manifiestan por la liberación de sus compañeros reprimidos y secuestrados por el Estado mexicano desde hace cuatro años; esos compañeros y compañeras son además mexicanos.

Luego de la irrupción la manifestación comienza y el contingente que la encabeza se desvive en consignas que se combinan con el sonido del metal de sus machetes al ser golpeados contra el piso, este contingente del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra (FDPT) vuelve a mostrar animosidad, esperanza y sobre todo entereza. La unión refuerza la lucha.

En un principio la manifestación no se muestra demasiado grande, inclusive se podría decir que es bastante reducida, sin embargo al paso de las cuadras, esta marcha se va extendiendo y se va complejizando, su tamaño cambia y su diversidad crece. La convivencia de distintos grupos, organizaciones sociales, colectivos, sectores, estudiantes de diversas universidades, organizaciones indígenas como el recién golpeado Municipio Autónomo de San Juan Copala, entre otros, es esta convivencia la que tal vez demuestre que la unidad como movimiento político determina mucha de la fuerza que podamos lograr para cambiar este país.

Así transcurre este acto, avanzamos sobre reforma encaminándonos hacia Av. Juárez para luego entrar por Madero, punto de concentración en donde generalmente los ánimos crecen, la emotividad se desborda cuando las consignas resuenan entre los edificios y la estrecha calle; este momento siempre resulta significativo para medir los ánimos de la gente que se manifiesta y en esta ocasión se confirma esto, el FPDT logra acuerpar a los asistentes en torno a una sola consigna: ¡Presos políticos, libertad!

La manifestación continúa, los cohetes resuenan y los medios de comunicación se pelean por la mejor rúbrica del contingente encabezado por los familiares de los presos y el FPDT, atrás se amontona el resto de los contingentes, a lo lejos se escuchan los tambores que no paran de amenizar el camino, pancartas, gente volanteando, un coraje profundo por las injusticias cometidas, por los agravios constantes, mantas y cartulinas anunciando huelgas de hambre en varias cárceles del país…un triste retrato de país, y sin embargo las madres de los presos de Atenco continúan con la mirada en alto, con el machete empuñado y listas para tomar el Zócalo, listas para sacar a sus hijos de la cárcel, a sus esposos de los calabozos del Estado. ¡Presos políticos, libertad!

Justo antes de que el resto de la manifestación retaque la principal plaza del país sucede un episodio sintomático de estos días por los que atravesamos los mexicanos: dos camiones de la marina llenos de militares accidentalmente quedan bloqueados por los contingentes entrantes, su cálculo ha fallado de nuevo y no logran escabullirse como las ratas que son, ahora ha llegado el momento de enfrentar el descontento popular, las rechiflas, los gritos de desesperación convertidos en enojo, en molestia que sube de tono, el contingente del SME se une a los gritos y comienzan a volar piedras que rebotan el los cascos de los militares, su mirada vacía lo dice todo: no saben qué hacer, tardan en reaccionar antes de dar vuelta y buscar una ruta de salida. Estamos hartos de esta situación, es ya insoportable el abismo entre Estado y sociedad.

Finalmente se llega hasta las afueras de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, ahí se lleva a cabo el mitín principal, el campamento a favor de los presos, instalado en el zócalo una noche antes, se suma y empiezan los oradores: familiares de los presos, integrantes del FPDT, actores, los músicos intervienen, y la tarde avanza; el acto se prolonga hasta la larga noche de las antorchas, la coyuntura no es fácil, se trata de sumar fuerzas hasta conseguir que la presión aumente a nivel nacional e internacional, se trata de fortalecer al movimiento, de sacar a nuestros presos, los presos políticos del país y de continuar en la lucha por la transformación de este país…

¡No estamos todos, faltan los presos!

¡Presos políticos, libertad!

Por: comité Unidad y acción por la libertad de los preso políticos de Atenco
Contacto: porlospresodeatenco@gmail.com

viernes, 12 de junio de 2009

CONTRA LA NEUTRALIDAD



Por Antonio Álvarez


En nuestro tiempo hay una creencia sorprendentemente extendida, a pesar de su completa arbitrariedad, en la identidad entre la neutralidad política y la objetividad científica, que no es sino la indiferencia por el género humano elevada a criterio de cientificidad: en esta presunción se basa el crédito que pueda darse a la opinión de cualquier persona sobre un asunto dado. En un conflicto social, por ejemplo, suele tomarse más en serio la opinión de un tercero que la de los partidarios de uno u otro bando, suponiendo que es más “objetiva”, y se ve a esta persona como a alguien sensato que, a diferencia de quienes luchan, no se aferra a su punto de vista y, en cambio, permanece abierto a escuchar a los demás, lo cual puede bien ser cierto, o no. Pero esto pasa incluso en las discusiones científicas: quien opina que ambas partes tienen algo de razón, pero se “cierran” a escuchar lo que tiene de cierta la postura contraria, es tomado también como una persona seria y honesta. De esa manera, se habla de “ideas sesgadas” de uno u otro lado, y de opiniones “mesuradas” sobre tal o cual asunto. Y tan fuerte es esta creencia que no pocos escritores y periodistas viven de opinar exactamente eso sobre cada asunto de moda, y ciertamente se han ganado con ello el respeto de muchos. En el presente ensayo me propongo demostrar la peligrosidad y el nihilismo de esta presunción.


De la incontestable insensatez que hay en investigar

fría y desapegadamente nuestro destino


Si bien el estudio científico de la naturaleza debe abstraer los deseos y las aspiraciones personales del investigador, y atenerse a lo que se observa, en las ciencias sociales de lo que se trata es precisamente de lo que deseamos y de aquello a lo que aspiramos, por lo que estudiar el comportamiento de la sociedad como si uno estuviera del otro lado del cristal que lo separa de un invernadero, es irracional por principio, aún si las leyes que se encontraran con eso resultaran corresponder con el movimiento real.


Pero ésa no es una exigencia meramente ética, sino también metodológica: las leyes del mercado y de la historia no son algo dado, como las leyes de la física, sino que son puestas por nosotros mismos: Son un trenzado de nuestros millones de actos individuales realizados sin ningún concierto ni responsabilidad; un gran movimiento único generado por todos nuestros actos individuales, pero que ha salido de nosotros y se nos presenta como una fuerza ajena y que se moviera de acuerdo con una naturaleza propia, y según sus propias leyes. Esas leyes pueden ciertamente ser investigadas de un modo científico, pero se entiende de suyo que lo único sensato con ello sería buscar la forma de detener ese movimiento, para poner el rumbo de nuestro barco en nuestras propias manos, y no para describir con precisión —como quieren hacer los científicos sociales de hoy en día— la velocidad a la que nuestro barco está siendo arrastrado, la regularidad con que es volcado por las olas, el ritmo en el que poco a poco estamos haciendo agua, la estadística de los que se lanzan por la borda cada tanto tiempo por la desesperación.

Quiero decir con eso que la esencia que se oculta detrás de los fenómenos sociales —la cosa en sí de los fenómenos sociales, a la que hay que llegar por medio de la investigación— no son las leyes exactas de nuestro movimiento ciego, sino el ser humano mismo, preso de la inercia producida por su propio movimiento, y libre en todo momento de detenerla y de tomar de nuevo el barco en sus propias manos, y evitar el barranco, e ir a donde le plazca, para siempre. Por tanto, la solución del problema de las ciencias sociales sólo puede ser práctica.


Quien debe voltear a verse a sí mismo como a un objeto misterioso al que debe estudiar, pues su comportamiento le es ajeno e impredecible, es quien se ha perdido; una sociedad que debe formar concienzudamente historiadores, sociólogos, economistas, psicólogos, etcétera, para que le expliquen lo que está haciendo y lo que va a hacer; qué fines persigue y qué trabas piensa ponerse a sí misma, es una sociedad que ha perdido radicalmente el control de sí misma, al grado —precisamente— de tener que investigar lo que está haciendo, las decisiones que ha tomado y las que seguirá tomando.


El objetivo de las ciencias sociales no puede ser simplemente pronosticar los muchos sufrimientos que nos aguardan siguiendo las tendencias actuales, sino contribuir a la destrucción de ese movimiento ciego y a la instauración del movimiento deliberado y consciente del género humano, que no podrá volverse nunca objeto de estudio para nadie por ser la emanación misma de nuestra voluntad; es lo que nos dé la gana que sea (Dentro, se sobrentiende, de ciertas limitaciones técnicas).


El descubrimiento de la verdad que subyace oculta detrás de la infinidad de cosas que vemos en el mundo natural sería una revolución profunda de nuestro pensamiento, pero el mundo seguiría siendo el mismo después de nuestros descubrimientos: las estrellas y los planetas continuarían el curso de su movimiento indiferentes al hecho de que hayamos develado sus secretos. En cambio, la comprensión de la esencia del objeto de estudio de las ciencias sociales coincidiría necesariamente con la desaparición tanto de dicho objeto como de dichas ciencias. Y dicha comprensión sólo puede concebirse como acto revolucionario: como reapropiación de las fuerzas sociales que han salido de nuestro control, y que pasarían entonces de tener que ser estudiadas a ser abolidas. Las leyes de la sociedad son un objeto sumamente curioso, pues su esencia oculta es el observador mismo, y la investigación no puede llegar a dicha esencia sino destruyendo su objeto, perdiendo con ello su razón de ser, y reconciliando al sujeto consigo mismo radicalmente. Eso es lo que Marx llamaba “superación de la filosofía”, no al fin de toda reflexión, sino a que la humanidad vuelta a la sensatez deja de especular lo que es y lo que hará.


Las ciencias sociales y la lucha social


Ahora bien, de todo lo anterior no se desprende que los partidarios de la transformación social deban dejar el estudio de la sociedad, sino más bien que deben hacerlo desde otro enfoque, y buscando cosas distintas. Si para nosotros las leyes de la sociedad no son algo dado, sino puesto por nosotros mismos, eso nos obliga a preguntarnos, en primer lugar, en qué momento nuestra fuerza social se enajenó de nosotros y se volvió esa fuerza exterior cuyo movimiento debemos estudiar, y en segundo lugar, a dónde nos está llevando esa inercia, y qué posibilidades de cambio abrirá en su propio movimiento ciego, así como qué posibilidades tenemos de influir en su andar, y eventualmente de detenerlo y recuperar el manejo de nuestra sociedad. Es decir que si las ciencias sociales modernas parten de las leyes de la sociedad actual como de algo dado, nosotros debemos investigar —a partir, claro, de los hallazgos de la historia, la economía, etcétera— su origen, su desarrollo y posible final. Más aun, la tendencia intrínseca de dichas leyes hacia su propia transformación en otras, hacia su desaparición, o bien hacia la destrucción de nuestra especie, siempre con miras razonablemente políticas y revolucionarias a la detención del movimiento ciego y la instauración del movimiento deliberado y consciente.


Y nada es más justificado que querer estudiar las leyes del movimiento social independientemente de las opiniones del investigador. Después de todo es evidente que muchos estudiosos de la sociedad, e incluso de la naturaleza, pierden objetividad por aferrarse a sus puntos de vista y simpatías partidarias, de modo que parece bastante sensato querer hacerlas a un lado para ponernos de acuerdo, objetivamente, en lo que de hecho puede observarse. Pero el punto es que si pudiéramos quitar de nuestra mente toda ideología y todo sesgo ideológico no quedaría en ella la simple indiferencia, ni tampoco la neutralidad ante todo conflicto social o científico, sino el pensamiento más serenamente radical: la exigencia sencilla de desmantelar por completo todo este teatro; de descartar todos nuestros anhelos y creencias y ponernos de acuerdo para dar orden a nuestro mundo, e investigar juntos, como si fuera el primero de los días, qué estamos haciendo aquí, girando en una pequeña piedra al rededor de este mar de estrellas en medio de la nada.


Para concluir, las ciencias sociales deberían librarse definitivamente de ese sesgo ideológico que es la llamada neutralidad política, y volverse espacios de diálogo verdaderamente democrático y abierto sobre la forma de dar orden y armonía al mundo humano. Me refiero a que el estudio de las leyes de la deriva a la que vamos no puede ni debe ser frío ni desapegado; que debe asumir la responsabilidad política de ayudar al mundo a detener esa deriva y a reconducir nuestro barco, ahora sí democráticamente, hacia donde dicte nuestro deseo. Ya nunca nada más que nuestro deseo.